Todas las mesas tienen patas, son horizontales y con superficies planas. Hasta aquí todo normal. Pero hay algo que las hace especiales: alrededor de una mesa se reúne la gente y se comparten objetos, pensamientos, emociones y sentimientos. Cada vez que compartimos hacemos historia y eso es lo que le da un valor único y verdadero.

Si además la mesa la has construido con tus propias manos, hay un plus de solidaridad creativa que inunda todo lo que sobre ella se ponga.

Cada vez que nos sentamos a comer reflejamos en la mesa, inconscientemente, y con todos sus matices, el modo en que vivimos. La mesa es nuestro pequeño altar para el día a día que va configurando irremediablemente nuestra identidad, proporcionalmente a la calidad de las personas con las que nos sentamos.

Compartir la mesa es un acto ritual, es un momento pleno de significado, un honor que hacemos a los demás, porque en esta mesa creativa, se servirá con orgullo y dignidad lo mejor de nosotros mismos.